Esta historia empieza como casi todos los cuentos. Érase una vez una doncella guapísima hija de un rey, buena y muy devota de Hera, la esposa de Zeus y madre de todas las diosas. Tanto que se había metido a monja, o lo que es lo mismo a sacerdotisa del templo de Hera. Se llamaba Ío. Era tan bella que Zeus le echó el ojo y quería seducirla sin que se enterara su esposa, pero no sabía cómo pues siempre le estaba rezando a Hera y si utilizaba las estrategias de siempre Hera se enteraría. Entonces se le ocurrió disfrazarse de sueño. Entonces cuando Ío dormía, Zeus le susurraba al oído palabras de amor con voz profunda para encender su deseo. Le decía que era Zeus, el dios más importante y que deseaba ir con ella a pasear por el prado o por el bosque y que entre las flores le haría el amor. Cada noche Ío tenía el mismo sueño erótico y preocupada se lo comentó a su padre: -“Papa, cómo es que sueño esas cosas tan libidinosas, si yo no he tenido ninguna experiencia erótica y aunque no soy responsable de mis sueños me despierto con sentimiento de culpa porque no quiero ser infiel a mi diosa, ¿qué puedo hacer?”. Su padre, que era un rey cauteloso, como se trataba de un asunto donde intervenía Zeus no opinó y con su hija fueron a preguntar al oráculo. El oráculo le dijo: -“Tienes que desterrar a tu hija pues si no, aunque ella no quiera será la causa de que tu reino sea destruido.”- El hombre pensó un rato pero pudo más la rezón de estado que los afectos familiares y decidió acompañar a su hija a la frontera y una vez allí le dijo: -“Comprende Ío que hago esto por nuestro pueblo, verás que encontrarás gente buena que te ayudará”- Y se marchó dejándola sola. Pero efectivamente hay gente buena en todas partes, aunque no hay que fiarse mucho, y nada más que marcharse su padre un joven pastor se ofreció a acompañarla. Así fueron caminado por los prados hasta que oscureció. Entonces el pastor que no era otro que Zeus disfrazado, le dijo a la joven. –“Debéis estar muy cansada, sentaos aquí conmigo bajo el abrigo de estos árboles. Y si queréis estar más cómoda podéis recostar la cabeza en mi regazo”- Zeus estaba animadísimo pues pasito a pasito iba conquistando a Ío. Pero en esto, oyó retronar los pasos de su esposa Hera. Zeus no sabía cómo esconder a Ío así que la transformó en vaca, y se quedó tan tranquilo echado al lado suyo. Hera se le presentó delante y le dijo: -“Marido, qué haces en este prado a estas horas, ¿qué estás tramando?”- Dijo Zeus: -“¿Yo? ¿que qué estoy tramando? Pues nada, que se me ha ocurrido hacer de pastor y hago lo que hacen ellos, aquí con mi vaca”- Y como no podía tranquilizar a su esposa porque era muy celosa le ofreció un regalo, lo que quisiera. Hera entonces le pidió que le regalara la vaca. “-¿La vaca?- dijo Zeus, -¿para qué quieres tu una vaca?- Pero finalmente tuvo que regalarle la vaca. Hera que se imaginaba algo turbio se llevó la vaca y la dejó al cuidado de Argos, un pastor monstruoso de cien ojos, que cuando dormía cerraba cincuenta pero con los otros cincuenta vigilaba. Zeus no se rindió y envió a Hermes o Mercurio, su mensajero, el dios más espabilado pues sabía negociar y también cuando tenía que utilizar la violencia. Hermes disfrazado de pastor fue a ver a Argos que estaba bajo un árbol con la vaca Ío y se puso a contarle historias y a tocar música. Historias tan fantásticas que Argos aunque era un poco bruto las supo apreciar y le dijo “-Pastor estas historias que me cuentas me hacen ver cosas maravillosas-“. Entonces a Hermes se le ocurrió un ardid, y le dijo: -“Es verdad que mis historias hacen ver imágenes fabulosas, pero creo que las verías mejor si cerrases todos tus ojos, pues si tienes la mitad abiertos dejas entrar demasiada luz y no puedes apreciarlas bien, además tocaré la flauta para que puedas evocarlas mejor”- Y claro, en cuanto cerró todos los ojos se quedó dormido, momento que aprovechó Hermes para cortarle la cabeza de un tajo. Hera que lo vio se puso furiosa y muy triste porque había sido nuevamente engañada por su esposo. Entonces llamó a un tábano y le mandó picar a la vaca Ío con la orden de no dejar que se sentara nunca. Así que tras el primer picotazo la vaca salió corriendo yendo de aquí para allá, hasta que su carrera terminó en Egipto, donde Zeus se compadeció de ella dándole nuevamente su humanidad y haciéndole concebir un hijo sin que perdiera su virginidad, renunciando al placer pero no a su deber de creador de vida, con lo cual Hera estuvo de acuerdo y quedó satisfecha. En cuanto a Argos, Hera agradecida con él por haber cumplido sus órdenes y haber muerto por ello, recogió sus cien ojos y los puso en las plumas del pavo real, que desde entonces nos vigilan cuando extienden su extraordinario plumaje.
Esta obra fantástica ideada por Rubens pero considerada de taller, nos muestra a Hermes disfrazado de pastor, con una flauta en la mano y un sombrero cuyo modelo todavía encontramos en las sombrererías, en el momento en que levanta su espada para descargarla sobre Argos, sentado a su lado, que se ha quedado dormido.