Orfeo era un músico excepcional, cuando cantaba y tocaba su lira, cuentan que no solamente los hombres se paraban a escucharlo si no que los animales incluso los árboles se acercaban a él para escucharle. Cuado vio a Eurídice por primera vez fue un flechazo, se enamoraron perdidamente uno de otro, los dos bellísimos y encantadores, formaban la pareja ideal y más “guapa” de su tiempo. Un día que Orfeo se ausentó para ir a comprar una tela fina a Eurídice, ésta se fue al bosque a recoger flores para su novio, pero encontró que había muchas abejas y esperó a que libaran el néctar y solo después las cogió. Mientras esperaba que las abejas terminaran Aristeo la vio agachada y encendido de deseo sin pensarlo se abalanzó sobre ella. Aristeo era el dueño de las abejas y fue el inventor de la apicultura proveyendo de miel a los hombres y también a los dioses, y en el momento de tropezar con Eurídice llevaba una celosía en la cara para evitar picotazos. Eurídice se asustó muchísimo y salió huyendo de ese hombre que se cubría la cara con una red extraña. Como corría espantada no miraba al suelo y pisó una víbora que le mordió en el pié y Eurídice murió. Cuando volvió Orfeo encontró a su amada muerta y se sumió en una profunda tristeza, no comía ni dormía y componía las canciones mas tristes que se habían oído jamás, sin parar de cantar y tocar su lira, que le había regalado Apolo. Sin parar de cantar caminó y caminó hasta que llegó a las puertas del Averno. Allí, a la entrada del reino de los muertos, el Hades, en la ladera de la laguna Estigia siguió cantando y cantando llamando a su Eurídice. Tan maravilloso era su canto que el barquero Caronte se apiadó de él y le embarcó para cruzar la laguna y una vez en la otra orilla el perro de varias cabezas, Cerbero, también le dejó pasar. Ya dentro siguió llamando musicalmente a su amada y las almas se acercaban a escucharle. Perséfone, la diosa del reino de las sombras fascinada por el canto del joven, accedió a devolverle a Eurídice con la condición de que no la mirara hasta que no estuvieran en el reino de los vivos. Y así, guiados por Hermes, el que acompaña a las almas en su tránsito hacia el inframundo, casi consiguen salir del Hades, pero en el último instante, cuando ya se divisaba la luz del mundo de los vivos, Orfeo volvió la cabeza y miró a Eurídice. En ese momento Hermes la cogió de la mano y la devolvió al Hades y Orfeo nunca más la volvió a ver por mucho que cantó y cantó. Esta historia ejemplifica ese impulso siniestro e irracional que tiene el ser humano de perjudicarse a sí mismo.
He buscado imágenes de pinturas que ilustraran este mito, pero ninguna obra que yo conozca expresa el momento fatal como esta pieza arqueológica del siglo V antes de Cristo. Se trata del bajorrelieve de un monumento funerario ateniense, donde vemos a Hermes que coge de la mano a Eurídice para devolverla al reino de los muertos, mientras Orfeo sostiene con una mano su lira y con la otra toca la mano que Eurídice ha puesto sobre su hombro en un último gesto amoroso de los amantes. Es fantástico como el escultor ha sabido captar con dulzura un momento tan dramático.