Cielos divinos
Categorías del artículo: Horizontes pictóricos
Después de la Edad Media, en el Renacimiento el arte se vuelve más naturalista buscando reproducir una experiencia visual y los cielos dejan de ser representados como una superficie abstracta, adquieren materialidad y se muestran habitados por seres celestiales de apariencia no muy diferente a la humana, apoyados en las nubes como si éstas fueran suelo sólido de ese espacio espiritual o místico. En las composiciones menos atrevidas continuando con la tradición de sugerir el cielo como una bóveda, los habitantes celestes se representan formando un corro, también podría influir el que es la distribución en la que caben más figuras. El caso es que lo vemos en muchas obras, por ejemplo en el fresco de Fra Angélico (1395-1455) “Entronización de la Virgen” (1437-1446) donde Jesucristo corona a la Virgen dentro de un círculo de luz que flota encima de los santos monjes.
En la “Natividad mística” (1501) Botticelli (1445-1510) corona la escena una elipse de luz que abre el cielo al Paraíso alrededor de la cual bailan doce ángeles. En una composición voluntariamente arcaizante que nos recuerda las convenciones estéticas medievales; entre otras cosas porque los personajes tienen posturas forzadas y el tamaño de las figuras depende de su importancia, no de la distancia a la que están del espectador, por ejemplo la Virgen tiene un tamaño gigantesco, no cabría en el establo si se pone de pié.
También Lorenzo Lotto (1480-1557) en el pequeño óleo “Cristo dando su sangre” (1543) pone todo el énfasis en la escena mística, con todos los ángeles en círculo rodeando a Cristo mientras uno de ellos recoge su sangre en un cáliz. Aquí la zona “terrestre” la constituye un risco con un o una misteriosa anacoreta cuya desnudez no oculta que su piel está cubierta de pelo, especialmente el pecho.
Así, el horizonte aparece en composiciones en las que establece el límite, no sólo visual, sino también de un espacio terrenal y otro divino, como en “La Trinidad” de Durero o en “La Gloria” de Tiziano (1490-1576) del cual leemos en los comentarios de la web del Museo del Prado “El plano terrenal lo ocupa un paisaje bucólico donde tiene lugar una escena que … a tenor de sus cayados las diminutas figuras a la izquierda son peregrinos sorprendidos ante el grandioso espectáculo que tiene lugar sobre sus cabezas. Pese a su reducido tamaño estos personajes poseen gran importancia como fedatarios de cuanto acontece, estableciéndose una conexión entre el plano terrenal y el celestial ausente en las obras de Lorenzo Lotto o Alberto Durero señaladas como precedentes de La Gloria.”
En estas obras el plano terrenal está dibujado con un horizontes y el plano divino con otro, pues generalmente todas las figuras están vistas de frente, sin embargo si se quisiera reproducir un efecto visual las figuras celestes deberían verse desde abajo y no de frente. Eso hace que el horizonte terrenal dibujado sugiera dos espacios de naturaleza diferente: el divino y el humano. El efecto es que el paisaje terrenal está efectivamente delante, pero el mundo celestial no está enfrente de nuestras cabezas sino en otra dimensión.
Con el Barroco se pierde la connotación mística del cielo y éste pasa a tener cualidad atmosférica- Ahora la historia narrada en la que intervienen personajes divinos y terrenales está dibujada con un único punto de vista, con un único horizonte. Los personajes olímpicos o divinos parecen superhéroes con “poderes” que vuelan en el cielo pero que comparten con los humanos en el mismo espacio físico-temporal. Como ocurre en “San Marcos liberando un esclavo”(1547-48) de Tintoretto (1518-1594) donde San Marcos baja del cielo dispuesto a liarse a mamporrazos para salvar a la víctima; o en “Perseo y Andrómeda” (1576-78) de Veronese (1528-1588) en el que Perseo pelea con el monstruo para salvar a Andrómeda. En ambos casos en un escenario absolutamente terrenal.
Otros artistas continuaron la tradición pagana, imaginando el cielo poblado de figuras que simbolizaban ideas o personajes mitológicos en los que es el aire o la distancia lo que les separa de la tierra, como Giovanni Battista TIépolo (1696-1770) en “El triunfo de Venus” (h.1761-64) donde representa a unas deidades que vuelan en un cielo desprovisto del misticismo de los cielos cristianos convertido en un canto a la voluptuosidad y el gozo de la vida.