Horizontes celestes. Los límites del cielo
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La visión del cielo como una gran bóveda que cubre el mundo hunde sus raíces en el tiempo, como en este “kudurru” babilónico (mojón o estela de piedra grabada) del siglo IX a.C. donde se representa una serpiente a modo de bóveda que enmarca los astros y las constelaciones zoomórficas (que todavía identificamos como signos del zodíaco) separando el mundo de los hombres de lo desconocido o la nada.
Fue la cultura griega la que por primera vez se propuso describir la arquitectura del Universo. Platón (427-347 a.C.) t Aristóteles (384-322 a.C.) lo concibieron como una gran esfera dentro de la cual, a modo de “matrioska” se encontraban de forma concéntrica otras esferas formadas por las órbitas de los astros que se observan en movimiento a ojo desnudo. En el centro, inmóvil, la Tierra, y a su alrededor, por este orden la Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno y la última, que las encierra a todas la esfera de las Estrellas Fijas, todo este Universo movido por un primer soplo divino. En la imagen principal de este artículo la Tierra está dentro de los tres elementos de los que se pensaba que se componía: agua, aire y fuego, después los cuerpos celestes.
He encontrado una representación del globo terráqueo en un fresco romano de Boscoreale (cerca de Pompeya) datado sobre el año 50 d.C. en el que se dibujan los paralelos y meridianos.
Este universo geocéntrico lo vemos representado en numerosas ilustraciones de la Edad Media, pues no han sobrevivido imágenes griegas. En esta representación del siglo XI la Tierra está dibujada según la concepción de San Isidoro de Sevilla (aunque nació en Cartagena): el agua simbolizada en forma de T separa los tres continentes conocidos entonces; arriba Asia, a la izquierda Europa y a la derecha África.
Mientras los filósofos “pensaban” el Cosmos, la mitología, mezclando razón e imaginación daba al cielo forma de una gran esfera que el titán Atlas sostiene sobre sus hombros para que no caiga sobre los hombres. Una interpretación de este mito es el Atlas Farnesio, una escultura de grandes proporciones que se encuentra en el Museo Arqueológico de Nápoles, que constituye actualmente la más antigua representación del Universo. Estudios recientes han demostrado que el cielo con el que carga el gigante es un mapa fiel del que observó Hiparco en el siglo II a.C.
La idea de que en la Edad Media se creía que la Tierra era plana es una leyenda promovida en el siglo XIX causada por erróneas interpretaciones de textos clásicos y medievales. Pero han dado origen a imágenes curiosas que ilustran esta idea, como esta que incluye Flammarion en su libro “Atmosphére. Météreiologie populaire” de 1888. En este grabado se ve a un hombre que asoma la cabeza al borde del Cosmos representado como una gran cúpula bajo la que se extienden las estrellas y tras la cual está la gran maquinaria que mueve el Universo. El grabador para dar efecto de lejanía y monumentalidad a este motor sin precisar su forma, dibuja unas ruedas y semicírculos que escondidos a medias tras filas de nubes distribuidas en bandas que sugieren múltiples límites u horizontes, cada vez más lejanos.
Así la representación de los cielos en bandas circulares es una simplificación gráfica de las órbitas de los cuerpos celestes y de la concepción geocéntrica del universo, formando parte del repertorio iconográfico medieval. La influencia del cristianismo fue cambiando esta iconografía, introduciendo la imagen de Dios, como por ejemplo en esta ilustración de N. Oresme donde Dios está en el centro y encima del Universo. Los semicírculos que representan las esferas celestes están dibujados como si estuvieran pintados en la parte interior de la cúpula. En este caso la Tierra, verde, está abajo y sobre ella los límites celestes; es decir sobre la Tierra primero la Luna seguida de mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno y las Estrellas Fijas, y sobre todo ello Dios Padre coronando toda la Creación.
Puede parecer que toda esta iconografía está obsoleta, sin embargo podemos ver la similitud gráfica y simbólica en esta obra de Antoni Tàpies, donde el horizonte, límite de un planeta imaginario, es un elemento más en el espacio metafísico de la pintura, en la que todos los signos gráficos nos remiten a una dimensión espiritual, del mismo modo que lo hacen algunas pinturas medievales como la anterior de Nicole Oresme.